La crisis climática no es sólo un problema de emisiones y temperaturas, sino también de relaciones rotas: con la tierra, entre culturas, géneros y comunidades.
La tecnología, lejos de ser nuestra salvación, puede ser una promesa vacía que nos distrae de abordar las raíces profundas de la crisis climática. La tecnología se presenta como un analgésico, una promesa de alivio que funciona como un agente de negacionismo.
Al confiar ciegamente en soluciones tecnológicas, nos distraemos de la urgencia de un cambio radical en nuestras prácticas y políticas.
Esta anestesia colectiva nos permite continuar con nuestras vidas cotidianas, alejando nuestra atención de la necesidad urgente de una transformación radical en nuestras estructuras económicas, políticas, sociales y culturales.
Nos encontramos sedados, atrapados en una fantasía de control y dominio sobre la naturaleza, mientras que la realidad del cambio climático y sus consecuencias devastadoras se desvanecen en el trasfondo de nuestra conciencia colectiva.
Un problema fundamental con la tecnología no es tanto con lo que hace sino con lo que deja de hacer. Si nos concentramos en las tecnologías que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero, dejamos de ver el origen de esta crisis.