«El objetivo era comprender hasta qué punto las estatuas son fiables, ya que muchos imaginan que la compatibilidad sería buena», explicó Moraes a The Sun. Si bien las estatuas «indican una buena compatibilidad con la forma de la nariz e incluso, en algunas situaciones, con la forma de la cara», no es así en cuanto a la frente, que «es más delicada», o con los labios y el mentón, que «son más pronunciados en las estatuas, lo que las hace insuficientemente fiables», señaló.
Los investigadores también analizaron los datos antropométricos y de ADN de antiguas poblaciones egipcias y llegaron a la conclusión de que hubo muchos elementos difíciles de estandarizar. La libertad de expresión constituyó una gran parte del trabajo, en el que los científicos tuvieron que elegir una paleta de colores para visualizar el tono de piel del faraón que se desconoce a ciencia cierta.
Basándose en los rasgos del rostro recreado, Moraes considera que Ramsés II era una persona «sabia». Habicht, por su parte, destacó el buen estado en el que se preservó la momia egipcia que facilitó su reconstrucción. «Su estado es muy bueno, fue restaurada en 1976 en París después de que hallaran el hongo aspergillus flavus», comentó.
Ramsés II, comúnmente conocido como Ramsés el Grande, fue el tercer faraón de la XIX dinastía durante el Imperio Nuevo. A menudo se considera que su reinado (1279-1213 a. C.) fue el más célebre de la historia del antiguo Egipto y estuvo marcado por campañas militares e importantes proyectos de construcción.