Diría que en la actualidad hay dos formas para llegar al «apocalipsis digital», entendiendo éste como ese “apagón” generalizado que nos deje a todos sin Internet y a las economías de medio mundo temblando. El primero, y más lejano, sería aquel producido por nuestra estrella favorita en forma de gran llamarada solar. El segundo, y quizás no tan lejano, que alguien “corte” literalmente los cables indicados. De hecho, Rusia llevó la amenaza hace unas semanas. Y no es la primera vez.
Apagar la red. Ocurrió en junio, cuando Dmitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, lanzó el siguiente comunicado a través de Telegram: «si partimos de la probada complicidad de los países occidentales en la voladura de Nord Streams, entonces no nos quedan restricciones -ni siquiera morales- para impedirnos destruir las comunicaciones por cable del fondo del océano de nuestros enemigos».
El contexto de aquella nada velada advertencia se produjo después de que Nord Stream 2, un famoso gasoducto que transfiere gas de Rusia a Alemania, fuera hecho añicos. Los funcionarios rusos parece que no tardaron en identificar a los autores, y acusaron a Occidente de estar involucrado en el ataque. Informes posteriores parecían sugerir que Ucrania estaba realmente detrás, pero las palabras de Medvedev volvieron a situar sobre el tablero una situación tan insólita como temible. ¿Se pueden cortar los cables de la red a todo Occidente? En cuyo caso, la siguiente pregunta iría casi de la mano, ¿qué demonios pasaría?
Una década velada. Lo cierto es que no es la primera vez que oímos algo así. El año pasado salió a la luz una investigación que indicaba que Rusia sondea, al menos desde hace una década, parques eólicos marinos, gaseoductos y redes de cableado submarinos localizados entre el Mar Báltico y el Mar del Norte. ¿Por qué? Según las pesquisas, el mapeo forma parte de un programa militar ruso cuyo objetivo es planificar el sabotaje de estas instalaciones en caso de un enfrentamiento con la OTAN.
Los “cables” de Internet. No es baladí que, en el hipotético caso de que una nación busqué torpedear a varias, busquen cables en el fondo del mar. La razón se debe a que los responsables de que tengas Internet en casa siguen siendo más de 1.000 millones de metros de cable submarino que diferentes empresas llevan instalando desde 1866 para transportar datos entre continentes. Sí, la comunicación vía satélite parece de lo más moderna, pero desde la irrupción de la fibra óptica los cables han empezado a ganarle el partido y hoy son responsables de transmitir el 95% de los datos internacionales.
El proceso de instalación es siempre más o menos igual: con barcos que atraviesan el mar lentamente mientras desenrollan el cableado hasta que descanse en el fondo. Un cable que sí ha sufrido cambios (ahora son más resistentes a los envites), en esencia, uno en blanco de 17 milímetros de ancho para zonas profundas, y otro negro que se protege con acero y se destina a las zonas más cercanas a la orilla.
https://youtube.com/watch?v=M7stcJ65_X4%3Fenablejsapi%3D1%26origin%3Dhttps%3A
Una “autopista” submarina. En cuanto a cómo se organizan estos cables capaces de transmitir del orden de 3.840 gigabits por segundo en cada hilo de fibra óptica, hay dos grandes “tramos”, por decirlo de una forma sencilla. La primera gran autopista se encuentra en el Atlántico, y conecta Europa y Norteamérica partiendo de varias localidades en la Costa Este de Estados Unidos, y llegando sobre todo al oeste de Reino Unido.
La segunda gran autopista está en el Pacífico, y une Estados Unidos con varios países asiáticos como Japón, China, Taiwán o Corea del Sur. Dicho esto, hablamos de tramos y autopistas que no paran de crecer, conectando más y mejor tramos y enclaves geográficos del planeta. Por eso son tan importantes, y por eso la amenaza, en este caso de Rusia, reabre el debate.
Qué ocurre si se “corta” la fibra. Hace un mes, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales advirtió de que la red de cables submarinos de fibra óptica que transfieren datos entre continentes es, de hecho, vulnerable a potencias hostiles. Unas semanas antes, el jefe de inteligencia de la OTAN, David Cattler, advirtió que Rusia podría estar planeando atacar los cables en represalia por el apoyo de Occidente a Ucrania en la guerra.
Los expertos señalan que si los cables sufren daños graves o están inutilizados, se eliminarían franjas de los servicios de Internet que damos por sentados y de los que dependen la mayoría de las economías, incluidas en la ecuación las llamadas de teléfono, las transacciones financieras o el streaming.
Señales. Hace unos meses lo contamos. Las interferencias en el GPS detectadas en el mar Báltico desde finales del año pasado no han desaparecido. Desde Estonia hasta Suecia, pasando por Polonia o Alemania, se está viendo afectada. La web GPSjam.org permite visualizar interferencias en las telecomunicaciones del GPS de manera sencilla y parece claro que toda la región se está viendo afectada por un grave problema. Las pesquisas apuntaban a Rusia, y los casos podrían empeorar de afectar a vuelos comerciales.
El pasado mes de junio, la noticia la dio la OTAN al intensificar las patrullas aéreas frente a la costa de Irlanda en medio de preocupaciones por la actividad submarina rusa, según contaba The Times.
La “casi” guerra. Este y otros presuntos ataques rusos a la tecnología GPS (se le ha acusado también de interferir con los sistemas de navegación GPS en las rutas de las aerolíneas comerciales afectando vuelos de Helsinki a Tartu, Estonia), son, a juicio de Melanie Garson, experta en seguridad internacional del University College de Londres, parte de la campaña de «zona gris» de Rusia contra Occidente.
Lo que la experta quiere decir es que implica acciones encubiertas que caen ligeramente por debajo del umbral de la guerra abierta, es decir, que “molestan”, pero no como para empezar un conflicto más serio. «A medida que aumentamos nuestra dependencia de la conectividad y los datos espaciales en todo, desde la agricultura hasta la entrega de alimentos, perturbar la seguridad nacional y económica mediante la interferencia con los cables submarinos y el GPS se vuelve cada vez más eficaz», contaba Garson.
Sin GPS e Internet. Por tanto, el daño a interferir en los cables submarinos o los sistemas GPS abarca un horizonte tan grande que prácticamente colapsaría los sistemas que mueven el mundo si dejaran de funcionar. De ahí que Foreign Policy informara en junio que la OTAN ha comenzado a tomar más medidas para proteger los cables submarinos, estableciendo un sistema que advertiría automáticamente de intentos de interferencia.
En cuanto al GPS, Robert Dover, profesor de seguridad internacional en la Universidad de Hull, comentaba que los satélites que transmiten sus datos a menudo carecen de salvaguardas contra intentos de interferencia, mientras que la tarea de proteger los cables submarinos suele recaer en las empresas privadas que los poseen y mantienen.
Por eso piensa que “es clave visualizar estos futuros estratégicos y tener un plan de resiliencia claro que tenga en cuenta el riesgo sistémico potencial y mantener a los países operativos si la infraestructura de comunicaciones clave se ve comprometida».
Regular antes de lamentar. Incluso en su informe de este mes, el CSIS pidió a Estados Unidos que aumente la cooperación internacional para coordinar una respuesta a un posible ataque a los cables. De fondo, un problema que deberían solucionar antes de cualquier intento de “cortar” los cables: el engorroso entramado del marco jurídico en caso de sabotaje, “por complejo y fragmentado, con diferentes regímenes jurídicos internacionales que determinan la responsabilidad y el castigo».
Curiosamente y, tal y como está tipificado ahora mismo, “cuando se sabotean cables en aguas internacionales, no existe ningún régimen que obligue a los autores a rendir cuentas», zanja el experto. Eso, en el contexto actual, no es solo un problema, es una debilidad.