Naomi Narayama, Aracely, Nayeli Yareck, Ana Cristina y los dos bebés asesinados fueron velados en una casa en la colonia Obrera, a donde asistieron decenas de vecinos y el sacerdote Ernesto, de la Orden de la Divina Infantita.
En los ataúdes envueltos en flores, cuadros religiosos y sus fotografías, reposaban los restos de una madre, sus dos hijas, su nuera, su nieta y su nieto. A los féretros de los bebés les colocaron globos blancos, que luego echaron a volar durante el sepelio en el Panteón Municipal Norte.
Elementos de la Policía Municipal tendieron un cerco de seguridad en el perímetro por la alerta de que un grupo de jóvenes sospechosos merodeaba la zona; familiares reclamaron a los oficiales por no haber hecho nada para que no mataran a sus seres queridos.
“Le vale pura madre lo que uno está viviendo ahorita, ¡aquí no vengas a dar lata!”, reprochó una joven a un motopatrullero, molesta porque este intentó detener a un muchacho pariente de las víctimas que volvía de comprar unas cervezas y cuya discusión causó que arribaran más de una decena de policías al velorio.
“¿Cuál es el apoyo que tengo?, en lugar de que cuiden…”, dijo don José Luis Mares, papá de Aracely, a un mando policial.