(Por Osbaldo Salvador Ang) “¡Ese hijo de la chingada está más preso que yo!”, grita y explota César Duarte, sentado sobre una silla, frente a este escribiente, en su pequeña celda del penal donde se halla recluído.
(Esta entrevista fue la primera que concedió César Duarte al ser recluído en el penal de Aquiles Serdán pero no había sido publicada)
Se refiere a Javier Corral, el otro Exgobernador, que usó a Duarte como estandarte de una supuesta lucha contra la corrupción, la cual nunca existió en la realidad.
Está agitado; respira dificultosamente. Su pierna derecha rebota con fuerza en el piso con un temblor extremo. Se escucha su respiración muy fuerte y con mucha velocidad y sus ojos encanicados se inyectan y brincan de coraje cuando habla de Corral.
No es una entrevista formal.
De hecho, es la entrevista que nunca debí escribir, pienso, mientras estoy frente al teclado de mi computadora, un Ibuypower, de ésos que venden en Best Buy, completamente ligero, cuyas letras brincan apenas son tocadas por las yemas de los dedos.
La celda de Duarte es muy pequeña y huele mal. El piso y las paredes son de cemento y apenas caben ahí una cama ortopédica (de cuyo donante este Escribiente ha olvidado el nombre), una silla de ruedas y una mesita. Nada que ver con la celda de lujo, la suite, de la cual han hablado los Corralistas, ni el supuesto cheff que atiende el Exgobernador, otra de las mentiras que hizo circular su sucesor.
De memoria prodigiosa, Duarte grita una comparación de resultados entre su administración y la de Corral.
Obvio, Corral gastaba más de 75 mil millones de pesos al año y nadie sabe todavía, excepto él y su camarilla, en qué.
Duarte presume las carreteras, como la de Satevó, la corta a Guachochi, los planteles del Cobach, el Fideicomiso de Puentes Fronterizos,
De repente se para, con dificultad, pues la lesión en la columna sigue ahí, y saca un pañuelo de colores, tipo rarámuri, con un montoncito de galletitas tostaditas, de color café, con azúcar espolvoreada.
Se llaman Coricos, dice, los cuales atesora como si fueran de oro y les mira como si ahí radicara el poder de tener, de poseer. Aclara que gente de Parral, o de Balleza, se los hizo llegar. Este reportero toma uno y lo come, mientras Duarte cierra rápidamente el pañuelo (nada más uno, parece decir) y se encamina a un rincón de la celda a esconder los famosos Coricos.
Luego regresa a su silla, se sienta y empieza a hablar, como antes, como en sus famosos discursos, como si estuviera en un pódium y no en la cárcel.
“No sé a quién le debo el milagrito”, dice.
Con esto ahonda en su estancia en prisión, debido a que si se aplicara la ley correctamente, enfrentaría el Juicio con la medida cautelar de libertad bajo arraigo.
A López Obrador, piensa el Escribiente, pero deja guardado su pensamiento, le aprisiona en la mente y concluye que le expulsará en otro momento de la conversación.
Artemio Iglesias decía que la gratitud era la memoria del corazón. Pero Amlo olvidó aquella vez que Duarte, en calidad de Presidente de la Cámara de Diputados, le llevó a San Lázaro y permitió que se desahogara sin límite de tiempo. Había una orden expresa del entonces Presidente de la República, Felipe Calderón, para que Duarte bajara a El Peje del pódium pero la desobedeció con todas sus consecuencias políticas advertibles.
A López Obrador le dio amnesia, borró de su mente ese episodio y empezó a proteger a Corral desde el púlpito de La Mañanera. Dio un giro de 360 grados, adormilado por las tarjetas informativas de Ariadna Montiel que apuntaban a hacer una alianza con Corral para que éste hiciera Gobernador a Juan Carlos Loera de la Rosa. Nada de esto funcionó, pero Amlo insistió en defender a Corral del nuevo Gobierno del Estado.
Se notaba que ni sabía de lo que hablaba, pues, antes, además, a sus colaboradores les decía que el Gobernador de Chihuahua estaba loco y que no convenía agarrar pleito con él.
Uno de los temas torales de la conversación con Duarte se basó en el tema de la violencia en la entidad y este escribiente aprovechó para preguntarle cómo le había hecho él para detenerla.
Duarte aprovechó en aquellos años ese logro y explotó su consecución políticamente con altos rendimientos. Sin embargo, en el ocaso de su sexenio, cuando le preguntaban por otros problemas de su administración, respondía que había eliminado la violencia, aunque nada tuviera que ver un tema con otro.
Indicó que su estrategia había estado basada en la asesoría del General Oscar Naranjo y de Alvaro Uribe, Expresidente de Colombia, más el instinto político que siempre ha caracterizado al de Balleza.
Para empezar, le recomendaron que formara un mando único para combatir el crimen e impedir, de esta manera, la dispersión del poder policiaco y de las policías.
Duarte corrió al Ejército, sacó a la Policía Federal y creó la Policía Unica, que fuera comandada por el Comandante Saúl Rocha, de mano durísima pero leal y eficiente, quien coordinó los elementos de la Fiscalía, de la Comisión Estatal de Seguridad y también a las corporaciones municipales.
Se pronunció en contra de convertir en Secretaría el área de la seguridad pública, debido a que posibilita arreglos de los titulares con la delincuencia organizada.
“Es una pendejada eso”, exclama, hundido en un recorrido mental por su sexenio y con ganas de colaborar a través de su experiencia.
Nunca debí escribir la entrevista, tal vez, porque entré en calidad de visita al Cereso Número Uno, el de Aquiles Serdán, sin grabadora, teléfono celular o cámara fotográfica.
Recuerdo a César Duarte completamente desesperado.
En una parte de la entrevista, cuando abordamos el tema de seguridad, le pregunté si alguna vez había ido al Cefereso de la frontera donde estuvo preso Joaquín El Chapo Guzmán.
Duarte agachó la cabeza, tardó uno o dos segundos, y levantó el rostro para responder:}
“Una vez”.
Me dijo que había visto en este personaje una cara asesina y no permitió más preguntas sobre el tema.
Tampoco el entrevistador hizo algún otro cuestionamiento.
Luego le pregunté sobre Juan Gabriel.
Si era verdad que duraba semanas en su rancho El Saucito, ubicado allá por Balleza y el Exgobernador dijo que era totalmente cierto.
“Se inspiraba debajo de los árboles”, comentó Duarte.
Explicó que en ese lugar, el famosísimo y polémico cantante hacía canciones tanto en su parte musical como la letra.
Luego reveló algo:
“Es el hombre más inteligente que yo haya conocido”, manifestó.
La respuesta me dejó sorprendido.
-¿En qué notaba su inteligencia? –le pregunté.
-En sus respuestas –dijo Duarte.
Al final tocamos el tema de la elección de Corral contra Enrique Serrano y el tema nos llevó a la intervención del narcotráfico.
Claro, estuvo la operación del Subsecretario de Gobernación, Exgobernador de Guerrero, René Juárez Cisneros.
Este funcionario diseñó un fraude sin necesidad de embarazar urnas o taquearlas, sino lisa y llanamente, alterar los números de los resultados sobre el Acta de Cómputo.
Su misión consistía en darle el triunfo, la gubernatura, a Corral.
De hecho, en una visita posterior al truco electoral, la actual Diputada Local, Adriana Terrazas, le increpó:
-No tienes vergüenza en venir a pararte aquí- dijo.
Para ese momento, René Cisneros ocupaba ya la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI.
-Mandado no es culpable –contestó el extinto artífice y operador del fraude.
Guillermo Dowell inmortalizó la triquiñuela en la demanda interpuesta ante los tribunales electorales y Samuel Schmidth en un libro.