En días recientes, a la luz de los intentos de mediación del Vaticano y de Turquía con sendas propuestas a Rusia y Ucrania de comenzar conversaciones de paz que pongan fin al derramamiento de sangre, así como de reanimar la respectiva iniciativa de China, quedó claro que, desde el punto de mira de los países enfrentados, no están dadas las condiciones para buscar una solución negociada de este conflicto armado.
Porque ambos –sólo basta con escuchar las declaraciones de sus más altos funcionarios– aún están convencidos de que, más temprano o más tarde, pueden derrotar al otro en los campos de batalla; Moscú dice no estar dispuesto a ceder ni un centímetro de las regiones ucranias conquistadas; y Kiev rechaza cualquier negociación mientras las tropas rusas permanezcan en su territorio.
Con estas premisas de partida es imposible alcanzar un arreglo político, que sólo puede darse –como nos enseñan los cronistas de las guerras a lo largo de la historia– cuando una de las partes beligerantes no puede más y tira la toalla o, sin llegar a ese extremo, cuando los dos abandonan la arrogancia y están dispuestos a ceder en algo, sin pretender imponer un ultimato –capitulación incondicional, demandan los rusos; retiro completo de tropas, exigen los ucranios– como sucede ahora.
Hoy por hoy, coincide la mayoría de los expertos militares, ninguno está perdiendo, pero tampoco está ganando, ya que en toda guerra de desgaste y posiciones prácticamente inamovibles a lo largo de los mil 200 kilómetros del frente rusos y ucranios tendrán todavía numerosos avances y también retrocesos que, sin embargo, no van a inclinar la balanza hacia su lado de modo definitivo.
Mientras el jefe de la iglesia católica reza para evitar más muertes y devastación y el jefe de la iglesia ortodoxa rusa, Kiril, bendice las armas que se usan en Ucrania contra la encarnación de Satán en la tierra que es, en su opinión, el “régimen neonazi” que se instauró en el vecino país eslavo, China emprendió un segunda ronda de lo que llama “diplomacia itinerante”.
A comienzos de este mes, el embajador especial para los asuntos de Eurasia, Li Hui, encargado de promover la iniciativa china de doce puntos para detener la guerra en Ucrania, emprendió un periplo por Kiev, Moscú y Bruselas, así como otras capitales como Berlín, París o Varsovia que pueden influir en el conflicto.
Hasta la fecha, Li no ha conseguido que ninguna de las partes apoye el plan de China, debido a que –por un lado– defiende la integridad territorial de Ucrania, –y por el otro– no condenó la invasión rusa. Pekín defiende una posición de equidistancia hacia Moscú y Kiev que no le reconocen Washington ni Bruselas por, afirman, no distinguir entre agresor y agredido.
Hace apenas unos días, en ocasión de la visita a Estambul del presidente ucranio, Volodymir Zelensky, su homólogo de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, le ofreció convocar una conferencia internacional para debatir con Rusia la paz, iniciativa que el huésped rechazó por las mismas razones de siempre.
Desde hace semanas se comenta que Erdogan busca ejercer de mediador para lograr un nuevo acuerdo que permita la navegación segura de embarcaciones de carga por el mar Negro, facilitando todo tipo de comercio.
Se trata de una iniciativa que vendría a sustituir el llamado pacto de los cereales, que hizo posible exportar 33 millones de granos ucranios, cancelado por Rusia de modo unilateral en julio de 2023, argumentando que no se respetaron sus intereses.
Ucrania –tras destruir con drones navales y misiles 21 buques de guerra rusos de los 70 que tenía la Flota del mar Negro (Rusia no puede reemplazar los barcos hundidos ya que Turquía, basándose en la Convención de Montreux de 1936, cerró el estrecho de los Dardanelos) y conseguir que su base se alejara de Crimea– no necesita un nuevo pacto de cereales, ya que logró restablecer el nivel de exportaciones que tenía antes de la guerra desde sus puertos en ese mar, navegando por sus aguas territoriales.
En suma, mientras siguen matándose, no es la primera vez ni será la última en que, al rechazar una iniciativa de paz, rusos y ucranios acusan al otro de no querer negociar, sin decir que sus condiciones implícitas pero ampliamente conocidas son inaceptables para el adversario, con lo cual no contribuyen a crear las condiciones necesarias para un arreglo político.